Radio Betania. Hoy, 28 de marzo, es Jueves Santo, el día en el que Jesús celebró la Última Cena con sus apóstoles e instituyó dos sacramentos para salvación de la humanidad: La Eucaristía y el Orden Sacerdotal.
El Jueves Santo es la «puerta de entrada» al Triduo Pascual, es decir, es el «inicio» del periodo más importante de la Semana Santa en el que conmemoramos la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor.
Celebramos hoy el Día del Amor Fraterno, el día en el que nos sentimos todos invitados a vivir de un modo más intenso el amor que Cristo nos ha encargado hacer presente en medio de los hombres.
Hoy Jesús nos invita a sentarnos a su mesa y a compartir el pan y la vida, sirviéndonos unos a otros con amor.
Un mandamiento nuevo: la Misa de la Cena del Señor
La Iglesia Católica conmemora el Jueves Santo con una celebración eucarística muy especial. En ella, el sacerdote realiza, a imitación de Cristo, el lavatorio de pies a doce personas de la asamblea, cada uno de ellos representa a uno de los apóstoles.
Pero antes de comenzar la Cena Cristo «… sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echó agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido.» (Jn 13 3-5)
Hoy es Jueves Santo, Día del Amor Fraterno, inicio de la Pasión del Señor, el gesto de la entrega suprema por amor, hecho servicio. Igual que Jesús lavó los pies a sus discípulos, nosotros también tenemos que lavarnos los pies unos a otros. No hay amor si no se aprende a conjugar el verbo servir. No hay amor si, como lo hace Jesús, no estás dispuesto a bajar, a inclinarte, a despojarte de todo tipo de mantos y de títulos. No hay amor si no te pones a los pies de todos, incluso ante el más insignificante de los hombres. Cuando se ama no te consideras superior o por encima del otro, tratas al otro con dignidad, valoración y respeto. No te importa que sea pobre o inculto, solo sabes que es tu hermano. Y por eso quieres situarte ante él como discípulo, quieres aprender de él, escucharle, dejar que pueda abrir sin reparos su corazón, que pueda contarte su historia vivida, sabiendo que ante él no hay un juez, sino un hermano que lo ama y lo mira con compasión.